Nuevamente no he escrito con suficiente regularidad para contar todos los momentos que considero relevantes. Me falta escribir sobre mis noches en Samara, los días que pasé esperando el tren en Uralsk, el viaje de 54 horas en tren y el tedio de permanecer en un hostal en Almaty. Pero ayer fue un día particularmente interesante y la necesidad de escribir volvió a aparecer.
Mientras recorría la ciudad de Bishkek junto a Askat, un joven chef que conocí vía couchsurfing, en el momento exacto en el que entrábamos al patio central del bazar de Osh, recordé un momento específico en que, estando en el souk de alguna ciudad marroquí, le comenté a alguien que yo “propero” en los mercados. Lo que dije exactamente fue “I thrive in markets” y la verdad es que no sé cómo traducirlo en forma más sucinta y exacta. Desenvolverse puede ser otra buena palabra para expresarlo.
El punto es que sí, hay algo que ocurre cuando voy a los mercados que me hace particularmente feliz. Aunque quizás feliz no sea la palabra precisa pero sí atento. Tengo la sospecha que es particularmente por la sobreestimulación sensorial que los mercados producen. Esa contraposición y saturación de colores y olores que es ineludible. El ajetreo y el ruido que también le son propios. Y si lo comparo a las redes sociales, quizás sí sea justo decir que es felicidad. La misma dopamina que libero viendo vídeos en TikTok por la estimulación constante y variada es la que, en un plano no digital, entregan los mercados.
O quizás sea el estrés. Esto es otra cosa que he descubierto de mí mismo. No en este viaje en particular pero sí de un viaje anterior. Los juegos de mesa o de cartas que me mantienen estresado me centran de cierta manera. Me otorgan control dentro de los límites de las reglas del juego. Pero el control en sí no es lo que me mantiene anclado. Creo que es el estrés lo que me retorna a un estado mental que me activa. Y es que quizás simplemente no sé vivir de otra manera.
