Llegar a la casa del primer desconocido con el que me hospedaría fue un pequeña travesía en sí misma. Desde la Gare de Tunis tomé un tren en dirección Sfax. Supuestamente el tren debía pasar por Sousse pero en verdad solo se detuvo por unos minutos en una estación cercana (Kaala Sghira, creo). Si no fuera porque mantuve una breve conversación con un par de pasajeros curiosos, nadie me hubiera avisado que debía descender en esa estación.

Para llegar a Sousse tuve que tomar un louage, una pequeña van que sirve de transporte colectivo, pero esto solo lo descubrí porque fui a preguntar a un pequeño almacén en la carretera. Comenté que debía llegar a Port El Kantaoui y me dieron las indicaciones correspondientes. Como no sabía el recorrido, pasé por el barrio en el que debía bajarme y terminé llegando al centro de la ciudad, donde está la medina y a cuyo costado hay un terminal de buses urbanos.

Tomé uno de los buses para realizar el viaje de retorno, tanto más barato que un louage, y tras un par de minutos llegué al punto de encuentro: un Magasin Général. A., nuestro huésped, llegó en un auto y juntos realizamos un par de compras para los tres días en que me alojaría en su casa. Un bachelor, eso fue lo primero que pensé cuando lo vi y en parte lo confirmé mientras conversábamos. Estudió en Paris, viajaba a Europa con cierta frecuencia y vivía de sus negocios. Bebimos cerveza juntos mientras fumábamos unos cigarrillos slim con sabor a durazno en la pequeña terraza que daba al club de yates.

Y a pesar que cuando lo cuento suena como si hubiéramos devenido amigos, la verdad es que no logramos conectar realmente y toda mi estadía me sentí fuera de lugar. Aunque me mantuve abierto e intenté mantener la conversación, ésta se caía constantemente. Varios silencios incómodos inundaron los intentos de interacción entre nosotros. ¿Acaso soy yo el incapaz de relacionarme normalmente con los hombres que me rodean?

Al segundo día, A. me dice que quizás no podrá seguir alojándome porque aceptó la solicitud de dos argentinos, a quienes fue a buscar a la medina de Sousse. Ese fue el momento en que me di cuenta que realmente no sintió ninguna afinidad conmigo y sólo quería librarse de mí. Pero no tenía donde más quedarme. Terminamos acordando que les daríamos la bienvenida y veríamos como resolver el tema después.

Cuando los argentinos llegaron, no tuvimos mayor problema en compartir el espacio ofrecido, aunque uno de ellos tuvo que dormir en el suelo. Y aunque me sentía más en casa porque latinos, volví a sentir cierta distancia con ellos también. Entre ellos y el huésped la conversación giraba en temas que simplemente no tengo conocimiento alguno.

El día que dejé su apartamento sentí cierto alivio de su parte. Y en verdad senti lo mismo al partir.

El club de yate de Port El Kantaoui