En Fès conocí a Antonio, un español cuyo viaje y desafío consistía en recorrer Marruecos en bici. Compartimos habitación y conversación, el piso mínimo de cualquier nueva relación formada en tránsito. Y ocurrió que durante mi voluntariado en Ourika, al sureste de Marrakech, nos volvimos a encontrar. Ese fue el momento en que Antonio me dió una idea que pensé ganadora: Un monasterio. Hospedarme en un monasterio como opción de alojamiento. Y sucede que la idea era perfecta. Aún más cuando descubrí que el hospedaje en Túnez estaría carísimo porque llegaría al comienzo de la temporada alta. Y Túnez no tiene cultura de backpacking, por lo que apenas existen hostales (aunque sí existe un programa estatal llamado Maisons des Jeunes pero sólo algunas casas tienen cuartos a disposición).

A Antonio le funcionó y, bajo lo que asumo es solidaridad en base a la nacionalidad compartida, se alojó gratis en un monasterio trapense. Con esto, todo un mundo de opciones se abrió ante mí. Porque no solo hay monasterios católicos, ortodoxos y budistas sino que también existen ashrams y templos Hare Krishna.

Contacté al monasterio Charles de Foucauld, el único monasterio en Túnez, ubicado cerca de La Marsa, el sector acomodado de la capital tunecina, vía un correo que encontré en internet. Terminé conversando con el Padre Sebastián, un paraguayo, quien me permitió alojarme si realizaba un retiro espiritual de tres días, una versión abreviada al extremo de los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola.

El total de monjes del monasterior asciende a dos: Sebastián y un joven filipino apodado Jairo, quien también hablaba español. Además divisé un par de veces a un otro sacerdote que también realizaba un retiro (o quizás sólo se escondía tras algún escándalo mediático), y con quien ni siquiera hablé.

Quien lideraba el retiro era Sebastián y más allá de darme un estricto horario y lecturas soporíferas no tuvimos mayor contacto fuera del contexto espiritual. Como no compartía ninguna comida junto a los miembros del monasterio, mi contacto fue limitado y mi socialización nula.

Participé de la Eucaristía tanto en la pequeña capilla del monasterio como en la Catedral de la ciudad, la cual se ubica en la Avenida Habib Bourguiba, la misma avenida donde se desataron las protestas que dieron comienzo a la primavera árabe. Catedral resguardada por una policía armada porque cada acción del país galo percibida como agresión desencadena ataques a sus símbolos tangibles: la embajada y la Catedral, ubicadas una frente a la otra, símbolos del pasado colonial de este país.

Es más, la Iglesia tunecina utiliza la lengua de Molière para atender a la comunidad que la conforma. Comunidad diversa por su origen, tanto los colonos europeos que habitan en La Marsa como los migrantes del África Occidental. Y puesto que en Túnez el proselitismo está prohibido, la Iglesia no tiene la opción de expandir su fuente de ingresos. Y he aquí la razón por la que obtuve hospedaje.

Cuadro de San Agustín de Hippona, tomada en la Catedral de Tunis
San Agustín estuvo aquí