Existe cierta desconexión con la comunidad en la que se está inserto cuando se es turista. Ser extranjero es ser extraño a un conjunto innúmero de elementos que moldean el diario vivir de las personas. Modismos, refranes, frutas, platos, barrios, estigmas, historias, memorias colectivas. Aun más, se vive en un tiempo paralelo: el lunes está disociado del imperativo laboral. Y es aquí, en la falta de necesidad, donde el medio turístico te absorbe, perpetuando la desvinculación con el resto. Desde lugares que muy pocos locales visitan hasta experiencias y actividades diarias para un consumo controlado de la cultura local, hay toda una industria que nos mantiene alienados (en el sentido de foráneo, no en su acepción marxista).

Durante un breve instante, mientras buscaba la lavandería más barata que pude encontrar en Google Maps, mientras caminaba por un barrio comercial, enfocado en arreglar automóviles y motocicletas, mientras observaba a las personas vivir su cotidianidad, mientras yo estaba sujeto a la misma necesidad que el resto, solo ahí fue que me sentí partícipe y participante.

¿Es que acaso el sentido de pertenencia está entrelazado a la carencia que nos obliga a convivir?