Nuestro trabajo cultural e intelectual es tremendamente legítimo, creo que este es el punto de partida que no debemos olvidar. Y debemos celebrar ese derecho todas las veces que sea necesario, a pesar de este capitalismo psicofagocitante amparado en lógicas patriarcales.
Por Valentina Osses
Me acuerdo perfecto de esta escena: el grupo Santa Rosa 57 en La Sebastiana desplegando sus prácticas y humor profundamente machistas, y yo escribiendo en un blog desde un feminismo profundamente intuitivo en clave de humor, y en la urgencia para desmantelarlas, para analizar cómo y por qué se configuraba esa constelación.
Así todo ha ocurrido hasta ahora. Preocupada de mi cuerpo en espacios festivos, siendo tocada y vulnerada como muchas colegas. Buscando las teorías más precisas y las estrategias más adecuadas para compartirlas con las compañeras de ruta. Las he comunicado como valores fraternos, sin embargo, no todavía con la asertividad necesaria.
Siempre bajo la lupa de “camaradas” poetas y críticos quienes definen nuestro cuerpo e intelecto como si fuésemos esclavas de su feudo. 24/7 disponibles para ellos. Su definición y limitación constante. Cualquier decisión que tomemos, aparece en tela de juicio. Saben más que nosotras de nosotras mismas, que nuestros médicos, más que nuestra comodidad al vestir, que nuestros actos creativos más recónditos. Sobre nuestras direcciones de deseo y sobre nuestra relación con la vida y la muerte. Sacan conclusiones apresuradas para detenernos y estatizarnos en nuestras búsquedas.
Lo peor es que en la Academia que yo conozco hasta hoy pasa algo similar. Cuando variados de mis esfuerzos han insistido en reparar nuestras sexualidades y de estudiantes más jóvenes, cobijar orientaciones identitarias haciendo talleres, problematizando esto en clases, me crucé con muchos colegas criticando el estilo de vestimenta de algunas estudiantes y el mío. Asimismo, me tocó a mí decir basta cuando un estudiante en la misma situación doctoral que yo hacía gala de mi estado civil en una presentación formal, mientras a los otros profesores los definía con su grado académico. Lugar donde yo era su profesora de investigación.
Con amigos me ha pasado también escuchar comentarios como «¿te vas a tirar a x ahora?», “tu falda mini”, “la profesora x no puede usar transparencias, porque…”. O “Estoy haciendo un libro y debo ordenar mi producción poética, ¿me puedes ayudar?”. Todo es una obligación / provocación para ellos. Sin comprender el trabajo intelectual, el costo económico que eso conlleva, o que a veces hace mucho calor y sudamos simplemente.
Liviandad y violencia de la mano. Si alguna vez confiamos nuestra situación de dolor en términos médicos, aquí vienen algunos para hacer sus propias interpretaciones y diagnósticos. Ni siquiera tienen las credenciales profesionales para hacerlo, y aunque las tengan. Mas, ahí está el espacio cimentado para que ellos hablen y postulen sus ilustraciones y alcances. Da igual. Eso somos: una estructura, un pensamiento abstracto o concreto, una pierna, una cadera, un agujero, una actitud, un centro, un margen, una castración. Lo que ronda o ataca su egoísmo.
Ese sentimiento tan arraigado de que todas les pertenecemos, de que nuestra pulsión creativa, sexual, siempre aterriza en sus direcciones, me tiene un poco harta. Y que seríamos mil veces mejor si siguiéramos sus innumerables grafías.
Siempre me ha perseguido una especie de interdicción, tanto en los espacios culturales como académicos. Es la historia de mi vida y de muchas otras mujeres. Llena de invalidaciones por elegir otro camino diferente a la hegemonía científica biológica. Confío mucho más en mi enojo hoy que antes, para no permitir nuevamente que el machismo enquiste su halo como si nada, para decir “estoy harta”. Recurrir a una frontalidad cortés. Me pasa cuando leo invitaciones a compartir mi trabajo poético, ensayístico. Las brechas multicategoriales son demasiado innegables.
Es un deleite que ciertas universidades hayan desplegado estas redes feministas a toda costa. Claramente volver a un feminismo esencialista no es el camino. Tampoco lo es ser amiga de todo el mundo. De todas las mujeres. El giro afectivo tuvo un desenlace circular. Bien sabemos que sin injuria invertida no hay teoría con el suficiente rendimiento analítico. Algo debe desprenderse para volver a situarnos. Necesitamos que disidencias y diferencias sean respetadas, para que en las aulas podamos enseñar libremente estas experiencias humanas. Sacar los correlatos patológicos. Esto es un eje no menor para toda convivencia con derecho humano. Si no, la academia no es competente, ya que los discursos no permean lo bastante en clave comunitaria, en los hogares, en los desplazamientos urbanos donde ocurren los crímenes de odio.
En prospectiva debemos triangular muchos espacios colectivos en sus aberturas, con todas las organizaciones actuales en el mundo del arte. Este primer curso no es suficiente para pensar las consecuencias de la representación política. La fractura es totalmente necesaria para comprendernos como mujeres con distintos proyectos en los territorios. Debemos exigirnos, pero al revés, debemos hacerles esa exigencia a ellos, los que no están dispuestos a soltar su arquitectura poco dúctil. Cuando hay disenso, se apagan los monopolios.
Nuestro trabajo cultural e intelectual es tremendamente legítimo, creo que este es el punto de partida que no debemos olvidar. Y debemos celebrar ese derecho todas las veces que sea necesario, a pesar de este capitalismo psicofagocitante amparado en lógicas patriarcales. Existimos, estamos, somos y vamos tejiendo –y operando- en otro flujo. Ese aprendizaje debemos relevar para los siguientes. Si advertimos otros sitios, dejaremos de entregar autoridad a los mismos habitáculos ad eternum.